Sobre el monólogo interior
En
este breve artículo analizaremos la técnica del monólogo
interior (o flujo de conciencia),
que tiene las siguientes cuatro características:
- La ausencia de toda marca que manifieste la intervención del autor.
- La ausencia de enlaces narrativos que constituyen las habituales
introducciones («intentaremos interpretar”), ausencia de los incisos
(«pensó», «reflexionó», «se dijo a sí mismo») e incluso la ausencia de las
comillas («»).
- Uso del presente como tiempo dominante: el presente del pensamiento
que se hace y con relación al cual se ordena todo.
- Ausencia de un destinatario, es decir, el monólogo interior no va
dirigido al lector, sino al personaje mismo.
Existen
antecedentes del flujo de conciencia en las novelas Memorias del subsuelo (Dostoievski) y Último día de un condenado (Víctor Hugo); pero en
estas narraciones, si bien hay un personaje que nos expone sus pensamientos,
existe un destinatario que en sendos casos son los lectores.
Pasemos
a ver los ejemplos concretos del monólogo interior:
En
1887, Édouard Dujardin publica la obra Han cortado los laureles. Según la crítica es la
primera novela que desarrolla la técnica del flujo de conciencia (o monólogo
interior). Leamos el siguiente fragmento. (La traducción en mía).
Es la hora. ¿Qué hora es? La seis,
son las seis en punto. La hora acordada. Esta
es la casa donde lo encontraré, donde lo
veré. La casa, el vestíbulo. Entro. Cae la tarde, es bueno el tiempo, hay alegría en el ambiente. La
escalera, los
primeros peldaños. ¿Estará en casa? Quizá ha salido.
¿Qué hora es? A veces no está. Quiero contarle lo que me pasó. El
rellano del primer piso, la
amplia escalera y, claro, las
ventanas. Le contaré a mi buen amigo mi
historia de amor. ¡Qué noche será esta! Al final ya no se reirá de mí. ¡Qué
velada más exquisita será esta! Pero ¿por
qué esta doblada la alfombra de la escalera en esta esquina?
Un
claro ejemplo de un monólogo interior absoluto.
No hay presencia de narradores ni de enlaces narrativos. Nótese que la técnica
de movimiento (resaltado en azul) se da a través de la
«descripción-pensamiento» del personaje. Las interrogantes con sus respuestas
ayudan al lector a reconocer que el personaje se habla a sí mismo, que
desconoce la presencia de un lector.
En
1922, con la influencia de Han cortado los laureles, James Joyce publica Ulises. Aquí un fragmento de su particular uso del
monólogo interior.
En el umbral, se tocó el bolsillo de
atrás buscando el llavín. Ahí
no. En
los pantalones que dejé. Tengo
que buscarla. La
patata sí que la tengo. El
armario cruje. No
vale la pena molestarla. Mucho
sueño al darse vuelta, ahora
mismo. Tiró muy silenciosamente de la
puerta del recibidor detrás de sí, más, hasta que la cubierta de la rendija de abajo cayó suavemente sobre el
umbral, fláccida tapa. Parecía cerrada. Está
muy bien hasta que vuelva, de
todos modos.
Aquí
sí es bien notorio la distinción entre el narrador (en tercera persona) y el
flujo de conciencia del personaje (en azul). La narración se hace más fluida al
lector en comparación con el texto de Dujardin. Joyce no usa el inciso «pensó»
para introducir el pensamiento del personaje. Sin embargo, el lector tendrá
ciertas dudas de saber a quién corresponde las palabras «más» y «fláccida tapa»
(en rojo).
En
1925, Virgina Woolf publica La señora Dalloway. Así como Han cortado los laureles y Ulises, esta novela también transcurre en un solo día.
Leamos un fragmento.
La señora Dalloway decidió que ella
misma compraría las flores.
Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que
suficiente. Había que desmontar las puertas;
acudirían los operarios de Rumpelmayer.
Y entonces Clarissa Dalloway pensó:
qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa. ¡Qué
fiesta! ¡Qué aventura! Siempre
tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido de las bisagras, que ahora le
pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire
libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde luego, era el aire a primera hora de la mañana…! como el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y
penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los
que entonces contaba) solemne, con la sensación que la embargaba mientras
estaba en pie ante el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de
ocurrir; mirando las flores mirando los árboles con el humo que sinuoso surgía
de ellos, y las cornejas alzándose y descendiendo; y lo contempló, en pie,
hasta que Peter Walsh dijo: «¿Meditando entre vegetales?» —¿fue
eso?—, «Prefiero los hombres a las
coliflores» —¿fue eso? Seguramente lo dijo a la hora del desayuno, una mañana en que ella
había salido a la terraza.
Observamos
que Woolf utiliza el inciso «pensó» para aliviar la carga de flujo de
conciencia que se lee en el tercer párrafo. Incluso el flujo proviene del
pensamiento de unos niños en la playa: «¡Qué fiesta! ¡Qué aventura!» y de una
Clarissa de 18 años: «¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde
luego, era el aire a primera hora de la mañana. . .!». No obstante, no sabemos
si lo siguiente es la voz del narrador o el flujo del personaje: «…como el
golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y penetrante…». Y nótese que
también usa las interrogaciones para advertir al lector el pensamiento de su
personaje: «¿fue eso?, ¿fue eso?». Misma técnica utilizada por Dujardin.
En
1930, William Faulkner publica Mientras agonizo, una novela construida en base a
quince personajes que fusionan el flujo de conciencia con la narración en
primera persona. Toda una proeza de la literatura moderna.
Veamos
el fragmento.
Por eso se pone ahí fuera, bajo la
mismísima ventana, a clavar y serrar esa condenada caja. Donde ella le vea.
Donde todo el aire que aspire esté impregnado de sus martillazos y aserrines,
donde ella puede verle y decir: «Mira, mira qué cajita te estoy haciendo». Ya
le he dicho que se vaya a cualquier otra parte. Ya le dije: «Pero, por Dios,
¿es posible que quieras verla ahí dentro?». Los mismito que cuando era chico y
ella le dijo que si tuviera abono intentaría cultivar unas flores, y él agarró
la cesta del pan y se la trajo llena de estiércol de la cuadra.
Aquí
Faulkner usa con maestría la cuarta característica del monólogo interior: la
ausencia de destinatario. Fíjese que incluso cuando el personaje imita la
supuesta voz de un tercero: «Mira, mira qué cajita te estoy haciendo» y
recuerda una charla del pasado: «Pero, por Dios, ¿es posible que quieras verla
ahí dentro?», la ilación del flujo de conciencia no se rompe.
Para
terminar, hay que señalar una última característica más del monólogo interior: su ausencia de una sintaxis
coherente y los signos de puntuación en los casos de una mente en su estado
inconsciente o semiinconsciente. Son casos muy particulares que pocos
escritores pueden llevar a cabo.
El
ejemplo por antonomasia es el dieciochavo episodio de Ulises de Joyce.
Sí porque él nunca había hecho tal
cosa como pedir el desayuno en la cama con un par de huevos desde el Hotel City
Arms cuando solía hacer que estaba malo en voz de enfermo como un rey para
hacerse el interesante con esa vieja bruja de la señora Riordan que él se
imaginaba que tenía en el bote y no nos dejó ni un ochavo todo en misas para
ella sola y su alma grandísima tacaña como no se ha visto otra con miedo a
sacar cuatro peniques para su alcohol metílico contándome todos los achaques
tenía demasiado que desembuchar sobre política y terremotos y el fin del mundo…
Joyce
comentaba que incluso los signos de puntuación eran interrupciones del narrador
al pensamiento del personaje. En el ejemplo arriba expuesto, que es el flujo de conciencia de Molly Bloom, el pretexto para
suprimir los signos de puntuación es la duermevela del personaje. Molly se
encuentra en su habitación a oscuras, no hay objeto o sonido alguno que
interrumpa su flujo de ideas. Y por lo tanto la mejor manera de interpretar ese
flujo ininterrumpido es con un texto carente de comas, puntos y otros signos.

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