Disquisiciones literarias: Un detective en La ciudad y los perros


 

Luego de leer la excelente obra de investigación bibliológica de Carlos Aguirre titulada La ciudad y los perros. Biografía de una novela, me doy con la sorpresa de que el autor ha creado un blog en el cual complementa la información expuesta en el libro: https://blogs.uoregon.edu/lcylp/  (Aguirre, s. f.)

En dicho blog leí el artículo titulado ¿Dónde estudió el Jaguar?, en el cual se comenta el error —encontrado por Wolfgang Luchting, traductor de la novela al alemán— cometido y aceptado por Vargas Llosa respecto de que fue en el colegio Sáenz Peña y no en el Dos de Mayo la institución educativa donde cursó estudios el Jaguar antes de ingresar al Leoncio Prado.

Admito que la equivocación del nombre de la escuela del Jaguar no lo había notado y que sentí un ligerísimo desasosiego por no percatarme de este error superfluo, que no parece tener importancia para un lector deferente, pero sí para un lector que aspira a la buena práctica de la crítica y el ensayo. En todo caso, este tipo de errores nunca desmerecen el valor de una buena novela; aunque sí pueden herir el orgullo de algunos escritores y de algunos lectores avezados que lo pasaron desapercibidos, como lo fue en mi caso.

No obstante, a propósito de lo expuesto arriba y valiéndome del artículo de Carlos Aguirre (el cual me demuestra que incluso de un insignificante error de nombre se pueden escribir interesantes artículos literarios), les quiero compartir tres pequeñísimas incongruencias —que no me atrevo a llamar error, pero sí lapsus narratio* hasta recibir confirmación del autor— que hallé en mi lectura de la novela La ciudad y los perros (Vargas Llosa, 2001)**.

 

El día de la salida del Esclavo

En (1) de la página 127, el teniente Huarina le otorga al Esclavo el permiso de ir a casa —y volver ese mismo día— después de que este firmara el documento en que declara que fue el alumno Cava quien robó el examen.

          (1)

—Bien. Ni una palabra —dijo el teniente—. Espere mis instrucciones. Venga a verme después de clase, con uniforme de salida. Lo llevaré hasta la Prevención.

—Sí, mi teniente. —El Esclavo vaciló antes de añadir—. No quisiera que los cadetes supieran…

—Un hombre —dijo Huarina, de nuevo en posición de firmes— debe asumir sus responsabilidades. Es lo primero que se aprende en el Ejército.

—Sí, mi teniente. Pero si saben que yo lo denuncié…

Más adelante, en (2) de la página 137, donde se narra las actividades del Poeta, se menciona el día en que el Esclavo salió con el permiso especial visto en (1).

  (2)

En el patio de quinto, se detuvo. En vez de cruzarlo, regresó hacia la Prevención. Era miércoles [el resaltado es mío], podía haber cartas. Varios cadetes obstruían la puerta.

En (3) de la misma página 137 se lee, el mismo miércoles, en el «Orden del Día» colgado en la puerta de la Prevención, el anuncio de la suspensión del castigo a los imaginarias y la detención de Cava por el robo del examen.

(3)

Esperó. Cuando salía un cadete, la cola se agitaba; todos pugnaban por pasar primero. Distraídamente, Alberto leía el Orden del Día, colgado en la puerta: «Quinto año. Oficial de guardia: teniente Pedro Pitaluga. Suboficial: Joaquín Morte. Efectivo de año. Disponibles: 360. Internados en la enfermería: 8. Disposición especial: se suspende la consigna a los imaginarias del 13 de setiembre. Firmado, el capitán de año». Volvió a leer la última parte, dos, tres veces. Dijo una lisura en voz alta y, desde el fondo de la Prevención, la voz del suboficial Pezoa protestó:

—¿Quién anda diciendo mierda por ahí?

Alberto corría hacia la cuadra. Su corazón desbordaba de impaciencia. Encontró a Arróspide en la puerta.

—Han suspendido la consigna —gritó Alberto—. El capitán se ha vuelto loco.

—No —dijo Arróspide—. ¿Acaso no sabes? Alguien ha pegado un chivatazo. Cava está en el calabozo.

(3) se dio a raíz de conocerse quién fue el alumno que robó el examen de química, visto en (1). Luego, líneas más adelante, como se aprecia en (4) de la página 138, el mismo miércoles se dio la conversación entre el Poeta y Vallano, donde el personaje del Poeta conoce el paradero del Esclavo.

(4)

Alberto volvió a la cuadra y se dirigió hacia la cama del Esclavo.

 —¿Dónde está?

 —¿Quién? —dijo Vallano, sin apartar las hojas de las copias.

 —El Esclavo.

 —Ha salido.

 —¿Qué cosa?

 —Salió después de clases.

 —¿A la calle? ¿Estás seguro?

 —¿A dónde va a ser? Su madre está enferma, creo.

 

En (5), correspondiente a la página 222, luego del «accidente» en los entrenamientos de campo, el padre del Esclavo en conversación con el Poeta menciona que su hijo estuvo en casa el viernes.

(5)

—El médico dice que ahora no se le puede mover. Está muy grave, ésa es la verdad, para qué engañarse. Su madre se va a volver loca. Está furiosa conmigo, sabe usted, eso es lo más injusto, por lo del viernes [el resaltado es mío]. Las mujeres son así, todo lo tergiversan. Si yo he sido severo con el muchacho, ha sido por su bien. Pero el viernes [el resaltado es mío] no pasó nada, una tontería. Y me lo saca en cara todo el tiempo.  

—Arana no me contó nada —dijo Alberto—. Y eso que siempre me hablaba de sus cosas.

—Le digo que no pasó nada. Vino a la casa por unas horas, le habían dado un permiso no sé por qué. Hacía un mes que no salía. 

Tenemos entonces que el Esclavo recibió el permiso de salida en (1), y que fue un miércoles como se observa en (2). Gracias a ello se anuló el castigo de consignación apuntado en (3) y luego de estar unas horas con su familia, como se asegura en (4) y (5), volvió al Leoncio Prado ese mismo día; pero el padre dijo que estuvo en casa el viernes, como se apunta en (5).

No es posible que el Esclavo denunciara a Cava el viernes y que dos días antes se anulara la consignación de los imaginarias. Tampoco es posible que el Esclavo obtuviera el permiso el miércoles y volviera a la institución el viernes, ya que el padre del Esclavo afirmó que solo estuvo un par de horas como se lee en (5).

Vemos entonces que el autor, posiblemente, cometió un lapsus narratio con respecto al día de salida del Esclavo.

 

El número de alumnos de la sección

En (1) de la página 43 se dijo que eran treinta:

(1)

El negro Vallano arrojó una vez un pedazo de madera. Se oyó un grito y, luego, un perro cruzó el patio como una exhalación, tapándose la oreja con las manos: entre sus dedos corría un hilo de sangre que el sacón absorbía en una mancha oscura. La sección estuvo consignada dos semanas, pero el culpable no fue descubierto. El primer día de salida, Vallano trajo dos paquetes de cigarrillos para los treinta [el resaltado es mío] cadetes.

También en (2) de la página 74 se mencionó la misma cantidad de alumnos.

         (2)

…lástima que el Círculo no volviera a ser lo que era, el corazón me aumentaba en el pecho cuando nos reuníamos los treinta [el resaltado es mío] en el baño…

Y el mismo número de cadetes se dijo en (3) de la página 244, restando, claro está, al Esclavo, pues ya estaba muerto.

(3)

«Sí, mi teniente», dijo al fin; «éramos 29 y somos 28». Entonces alguien gritó: «Es el poeta». «Falta el cadete Fernández, mi teniente», dijo Arróspide. «¿Entró a la capilla?», preguntó Pitaluga. «Sí, mi teniente. Estaba detrás de mí.» «Con tal que no se haya muerto también», murmuró Pitaluga haciendo gesto al brigadier para que lo siguiera.

Sin embargo, en (4) de la página 54 se dijo que el número de cadetes son treinta y dos.

(4)

Las colillas cayeron al suelo, humeando. Estaban descalzos y no se atrevían a apagarlas. Todos miraban al frente y exageraban la actitud marcial. Gamboa pisó los cigarrillos. Luego contó a los cadetes.

—Treinta y dos —dijo—. La sección completa. ¿Quién es el brigadier?

Cabe aclarar que en (1) y (3) los cadetes estaban en el quinto año de estudios, (2) en el cuarto año y (4) cuando la sección inició el tercer año de estudios. Entonces, cabe la posibilidad de que se omita la deserción de dos cadetes en el lapso del tercer al cuarto año. En todo caso, la incongruencia aquí no es tan evidente como en el caso anterior.

 

El confinamiento del Jaguar

La noche y hora en que se cometió el robo del examen debieron estar de imaginarias el Jaguar y el Poeta. Sin embargo, el Jaguar en (1) de la página 8 le dijo a Cava que el Esclavo lo estaba reemplazando.

(1)

Cava alargó la mano, tocó dos objetos fríos, uno de ellos áspero. Conservó en la mano la linterna, guardó la lima en el bolsillo del sacón.

—¿Quiénes son los imaginarias? —preguntó Cava.

—El poeta y yo.

—¿Tú?

—Me reemplaza el Esclavo.

Si bien el Jaguar no hizo guardia aquel día, sí debió estar como imaginaria en un parte oficial. Luego de saberse del robo, a todos los imaginarias del día 13 de setiembre (la noche del robo del examen) se les consignó los sábados y domingos como se lee en (2) de la página 104.

(2)

El Esclavo estaba a su lado, en piyama, la cara desencajada.

—¿No sabes?

—No. ¿Qué hay?

—Han descubierto el robo del examen de química. Habían roto un vidrio. Ayer vino el coronel. Gritó a los oficiales en el comedor. Todos están como fieras. Y los que estábamos de imaginarias el viernes…

—Sí —dijo Alberto—. ¿Qué?

—Consignados hasta que se descubra quién fue.

Por lo tanto, el Jaguar debió estar consignado junto con el Poeta y los demás imaginarias de los otros turnos. No sabemos si el Esclavo tenía turno de imaginaria aquel viernes 13 de setiembre; pero como el Esclavo es consignado junto con los otros imaginarias, entonces cabe suponer la «existencia de un parte oficial» en el cual estaba escrito su nombre —junto con el del Jaguar— y que le tocaba guardia en otro horario de esa misma noche.

Si bien Vargas Llosa no hace partícipe de los días de castigo al Jaguar, como por ejemplo la tarde del sábado en que se llevó a cabo la competencia de masturbaciones en La Perlita como se lee en (3) de las páginas 111-112,

(3)

La entrada del reducto de Paulino era una puerta de hojalata, apoyada en el muro. No estaba sujeta, bastaba un viento fuerte para derribarla. Alberto y el Esclavo se aproximaron, después de comprobar que no había ningún oficial cerca. Desde afuera, oyeron risas y la sobresaliente voz del Boa. Alberto se acercó en puntas de pie, indicando silencio al Esclavo. Puso las dos manos sobre la puerta y empujó: en la abertura que surgió frente a ellos, después del ruido metálico, vieron una docena de rostros aterrorizados.

no se mencionó al Jaguar ni en aquel ni en ningún otro pasaje ni tampoco los otros días de confinamiento de los imaginarias. Siendo el Jaguar el líder del aula, uno se pregunta dónde estuvo aquellos días de confinamiento. Admito que en este tercer caso estoy entrando al terreno de la especulación; pero, luego de una profunda lectura de la obra, tengo aún la impresión de haber hallado otro lapsus narratio. Aunque también puede que estemos ante un «dato escondido», técnica literaria que el autor es muy propenso a utilizar en sus obras.

En todo caso, estas imperceptibles incongruencias narrativas que suelen ocurrirles a los autores en sus primeros trabajos de largo aliento como son las novelas, y que muy bien le pudieron suceder a Vargas Llosa con La ciudad y los perros, no desmerecen el valor de una de las mejores obras que se hayan escrito en el siglo XX en Perú y Latinoamérica.

* A falta de un término preciso para este tipo de equívocos, utilizaré la locución latina lapsus narratio y no lapsus calami, ya que la falta no está en la escritura, sino en la coherencia de la narración.

**Incluyo un cuadro comparativo del número de página de las citas con otras ediciones de la novela.

Peisa, 2001

RAE, 2012

P. R. House, 2015

Cátedra, 2020

Pág. 8

Pág. 11

Págs. 16-17

Pág. 243

Pág. 43

Págs. 53-54

Pág. 57

Págs. 290-291

Pág. 54

Pág. 67

Pág. 70

Pág. 305

Pág. 74

Pág. 93

Pág. 94

Pág. 332

Pág. 104

Pág. 130

Pág. 130

Pág. 369

Págs. 111-112

Pág. 139

Pág. 139

Pág. 378

Pág. 127

Pág. 159

Pág. 157

Pág. 396

Pág. 137

Págs. 171-172

Págs. 168-169

Pág. 408

Pág. 138

Págs. 172-173

Pág. 170

Pág. 409

Pág. 222

Págs. 274

Pág. 264

Págs. 510-511

Pág. 244

Pág. 302

Pág. 290

Pág. 536

 

Referencias

Aguirre, C. (s. f.). La ciudad y los perros. Biografía de una novela. Recuperado 28 de mayo de 2021, de https://blogs.uoregon.edu/lcylp/

Vargas Llosa, M. (2001). La ciudad y los perros. Peisa.

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