Anotaciones al borde del abismo (diario de lectura)
No creo en los
talleres o escuelas de escritura creativa. Cada vez que alguien me pregunta cuál
es el mejor, le contesto que una biblioteca. Cuando me pregunta quién es el
mejor maestro, le respondo que un clásico. Y antes de que me dé la espalda, incómodo
por las respuestas, le digo que el mejor compañero de aula es la soledad.
No me alcanza el tiempo a decirle que esto no lo digo yo: ya está algo lejos para
oírme. Pero igual se lo digo: «Esto lo dice Hemingway y Faulkner… Vargas Llosa
lo remarca en cada entrevista… Imagino que leíste El quijote, Los hermanos
Karamazov, Moby Dick, Ulises o Luz de agosto… ¿Te imaginas a Cervantes, Dostoievski,
Melville, Joyce o Faulkner yendo cada fin de semana a un taller de escritura
narrativa? (Lo siguiente lo grito porque ya está lejos) ¿¡No te parece ridículo!?
¿¡Te los imaginas entregando su tarea que consta en un cuento que tiene como
motivación un zapato, la luna llena y el aullido de un lobo!? ¿¡Te los imaginas
luego de leer una novela expresar lo que sintieron al leerla!? ¿¡Crees que la
literatura es terapia de grupo!? ¿¡Por qué no mejor con esos cien dólares te
compras una buena docena de libros!?».
Mis gritos son inútiles. Los clásicos son inútiles. Los grandes maestros son
inútiles. Pasado unos días averiguo que ya está matriculado en un taller con el
escritor de moda o con el escritor pasado de moda o con el escritor que apenas ha
publicado su primera novela o con el
escritor autopublicado o con…
En fin, es su dinero.

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